Los medios de comunicación y la democracia

 Los medios de comunicación y la democracia

Por : Carmelo Otálora

El principio   formulado por el expresidente de Estados Unidos Abrahán Lincoln, quien   ejerció la presidencia de éste país, desde marzo de 1861 hasta su asesinato en abril de 1865, el cual señala “que puedes engañar a toda la gente en algún momento y algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a toda la gente todo el tiempo”, es para muchos, un principio básico de la democracia.

Ante la corrupción de un gobierno, su falta de acciones para brindar el bien común y adelantar acciones   que mejoren la calidad de vida de sus gobernados, los ciudadanos terminan   por darse cuenta de la realidad y acaban sustituyéndolo.

Hasta este punto, en la historia de la democracia, ésta certeza está demostrada.  Pero hay en éste momento nos dice Yuval Noha, un factor que parece impedir   que los ciudadanos lo hagan efectivo. Es decir, puedan tener conciencia   de lo que ocurre y ese factor es el control por parte del estado, de los medios de comunicación. Mediante su control por parte de las oligarquías, se logra echar la culpa de sus fracasos a otros actores políticos y desviar la atención de la gente hacia amenazas externas ya sean reales o imaginarias.

Se crean y pregonan por televisión y radio permanentes crisis, que siempre van a tener prioridad sobre temas rutinarios como la falta de empleo, la crisis en los sistemas de salud, la falta de seguridad, los problemas ambientales.   Crear estas crisis endémicas y vender la idea de que se tiene el remedio para solucionarlas, es una manera de perpetuarse en el poder. Es decir, nos viven asustando en forma permanente con las diabluras del diablo, pero tienen la fórmula para exorcizarlo y librarnos de su ignominiosa influencia.

En el fondo las oligarquías saben que estos modelos políticos no atraen a nadie y que solo sirven a sus intereses. Pero seguros de su efectividad, recurren a la estrategia de adornarlo   con una justificación ideológica ya sea   amparados en ideas religiosas, nacionalismos, odio de clases y tantas banderas más, cuidándose de esconder su carácter oligárquico, caracterizado por la desigualdad como una condición normal, concentración de la riqueza, ausencia de servicios básicos, poca efectividad de la justicia    y convivencia con unos niveles de corrupción extrema.    

No sé qué tan lejos estemos en Colombia de ésta realidad, pero hay muchos indicadores que muestran     que son el pan de cada día del sancocho político en que vivimos: darle pedal al odio, echarles sal a las heridas, satanizar la crítica, banalizar la acción de la   oposición tan necesaria en una democracia y tantas cosas más.

Somos uno de los países más inequitativos del mundo, a pesar de las inmensas riquezas en recursos naturales que se poseen, estamos inmersos en una profunda crisis de valores y de no futuro, el narcotráfico y la corrupción nos corroen hasta los tuétanos, se están desbastando las reservas forestales, contaminando los ríos, destruyendo los acuíferos y suelos, imbuidos en una    falsa noción de desarrollo. Más sin embargo, lo más importante, es desbaratar los   esfuerzos por aclimatar la paz, no construir sobre lo construido, seguir insistiendo que los problemas se resuelven con solo acciones coercitivas y con más centralismo . Pareciera   que, en cada gobierno de turno, su propuesta esencial se basara, en que las cosas van a cambiar, para que todo siga igual.   

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